Por si la volvíamos a ver volar, lanzábamos a nuestra hermana todos los días desde el quinto, donde vivíamos. Lo peor era ir a recogerla luego. A veces caía en el asfalto y nos jugábamos la vida para recuperarla, a veces caía en la cabeza de alguien y os imaginaréis el susto que se llevaba si era calvo, a veces el viento la perdía, y a veces caía encima de un camión y tardábamos horas en localizarla. Había que haber desayunado bien de dulce para aguantar. Estoy empezando a entender que si te enfadas, no vuelves a volar. Ya es primavera, hoy toca campo de lavanda.